¿Qué es el dinero?
Podríamos decir, que por dinero
se entiende cualquier medio de pago generalmente aceptado por una comunidad,
lejos de lo que piensa la mayoría de la gente, no satisface ninguna necesidad,
su valor radica en la posibilidad de intercambiarlo por bienes y servicios, que
sí tienen esta capacidad. Sabemos que el dinero no da la felicidad pero ¿es
posible ser feliz sin dinero?
ROSA MONTERO
QUÉ
FASTIDIO, EL DINERO
Qué fastidio, el
dinero. Vivimos tan marcados, tan obsesionados, tan estructurados por el dinero
que hoy nos resulta inconcebible imaginar un mundo libre de su presencia, una
sociedad de trueque más elemental y más directa, en la que el valor de las
cosas y de las personas resida en ellas
mismas y no en su traducción a unos papelitos de colores, o más bien a la idea
de esos papelitos, porque cada día que pasa usamos más las tarjetas de crédito,
y desde luego los verdaderos ricos apenas tocan el dinero real, la grosera cosa
misma de los sucios billetes, a no ser que tengan que acarrear de acá para allá
algún maletín lleno de fajos negros.
Ya sabemos que el
dinero es el origen de un sin fin de atrocidades. Por el dinero se mata, se
abusa, se guerrea; se expulsa a los ancianos de sus casas, se engañan
inocentes, se prostituyen niños. Teniendo en cuenta tal cantidad de horror,
incluso resulta frívolo decir que el dinero es un fastidio. Pero es que yo no
quería hablar hoy de esos crudos extremos, sino de la agobiada y estúpida
presión que el dinero cotidiano pone en nuestras vidas. Todo lo impregna, el
maldito dinero; todo lo mancha. Y no hay manera de escaparse de su dictadura:
porque sino tienes dinero estás perdido, pero tener dinero te envilece.
Con esto no quiero
decir que todos los ricos sean por definición unos indeseables, sin embargo
tener dinero, cualquier cantidad de dinero, ni tan si quiera es necesario que
sea mucho, empequeñece, aprisiona y acobarda. De todos es sabido que el dinero
posee una inquietante y paradójica cualidad que te hace desearlo más cuanto más
tienes. El hambriento se sacia cuando come, pero el rico siempre ambiciona más...
Pues bien, esta irrefrenable hambruna de billetes es una de las maneras de
envilecerse.
Pero hay otras maneras
de arruinarse la vida, y la principal es el miedo a perder lo atesorado. Es
evidente que aquellos que nada tienes siempre son capaces de arriesgar más,
mientras que las posesiones lastran de congoja y temor al que posee. Y así, a
menudo terminamos aceptando un maltrato indecente por parte de nuestro jefe, o
un empleo embrutecedor y odioso, sólo porque estamos pagando la hipoteca de una
maldita casa que probablemente no necesitamos (o no la necesitábamos tan grande, tan céntrica, tan cara, tan, tan
…)De manera que, a la postre, muchos acaban trabajando no para si mismos, sino
para una piscina; para una especie de palangana prefabricada de color turquesa
en la cual terminan por ahogar su dignidad.
Pero por otra parte, y
como es obvio, carecer de dinero tampoco te salva de la quema. Al contrario, en
esta sociedad tan tiranizada por el grosor de las cuentas bancarias, ser pobre
es estar en la nada, padecer el terror de la exclusión, vivir bajo la amenaza
de la negrura. ¿No hay solución, entonces? Tal vez si: apañárselas para ganar lo
suficiente y entender que lo suficiente posee un limite; y recordar que el dinero
es sólo un instrumento y que tener no es lo mismo que ser. Lo malo es que
todos estos razonamientos, que son muy evidentes y sensatos exigen una
disciplina y una fuerza de voluntad considerable, porque la presión del entorno
hacia el dinero es tan intensa que resulta muy difícil vivir al margen. De modo
que ahí estamos, temerosos de no tener suficientes para nuestra vejez, o
totalmente humillados porque no ganamos tanto como nuestros vecinos, o
atrapados en nuestras propias trampas adquisitivas, o enredados en una loca
carrera contra nosotros mismos con tal de engordar un poco más la cuenta
corriente. O sea, malgastando un tiempo sustancial de nuestras vidas en pensar
en el dinero, ese fastidio.